Me desperté temprano en la mañana. Estiré mi mano hasta alcanzar un espejo pequeño que había dejado sobre la mesita de noche. Y nos vi en él.
¿Recuerdas, Shiva?
“El primer dios que saludas en la mañana es tu dios”, dijiste, “vanidad”.
Y yo en vergüenza solté el espejo en el que llevaba una vida observándome.
Las mujeres del sur te ofrendaron sus cabelleras negras y gruesas.
Yo en cambio, señor, que soy tacañería pura, solo te ofrecí mis cejas.
Con una cuchilla las limpié del rostro y frente a tu río prometí no volver a maquillarlas.
Ellas que te ofrecen mucho, te piden poco. Yo que te di nada, te lo pido todo.
“Permíteme, oh Dios que danza, Dios que construye y destruye, vivir en devoción”, te dije. Y juro que me escuchaste.
Me sentaba en las escalinatas a esperar que un rayito de sol nos calentara a todos los perros, los cabritos, los bueyes, las vacas y mendigos de Kashi y a mí. Y esas escalinatas eran más casa que cualquier casa, más hogar que cualquier hogar, porque solo éramos tú y yo, señor, y los perros, y los bueyes y los mendigos de Kashi.
Pero te ofrecí lo poco y de tu tierra volví a esta tierra.
Aquí el sol no calienta, aquí todo arde.
Llevame de vuelta al río, Shiva, a las escalinatas, al sol que entibia. Llevame de regreso a la muchacha que fui, a esa que creía que toda la vida viviría en devoción. Llamala, invocala, dile que venga, que venga y me rescate de este lugar ardiente en el que a veces se convierte la vida.
¿Dónde estás devota?
¿Dónde estás didi ji?
¿Dónde estás maga?
¿Dónde estás?
¿Dónde está la que cada día, frente a la mirada aturdida de los muchos hombres, se sumergía en tu río?
¿Dónde está la que te hacía puyas en esas playas de pantano?
¿Dónde está la que caminaba descalza y se sentaba junto a los babas negros a contemplar la mierda, la sangre y la muerte?
Creí que siempre sería esa, pero aquí me tienes, señor.
Después de todo solo te ofrecí mis cejas.
Textos: Todaslasquehesido.com
Ilustración: vía Pinterest.