
Soñé que me bañaba bajo un chorro de agua caliente. Y que esa agua caliente era como un arrullo. Se sentía muy bien estar ahí. De repente mi pareja abrió la puerta del baño, y una vergüenza chiquita me atravesó la piel: sobre la tapa del sanitario había dejado unos calzones blancos manchados de sangre. Me seguí bañando, y él, sin decir palabra alguna, abrió la llave del agua caliente del lavamanos y empezó a enjuagarlos. Lo hacía con delicadeza, como si no fueran de algodón sino de papel de arroz. Con sus dedos aplicaba jabón y estregaba la manchita de sangre, que al principio se regaba por todo y luego se diluía. Apenas estuvieron limpios los dejó sobre la tapa del sanitario y entró a la ducha para bañarse conmigo. Me abrazó como si me amara más de lo que yo sé.
Cuando me desperté empecé a recordar a la tía Lola, a la tía Sofía, a la abuela Mercedes, a la abuela Jesusa, a mi madre, a mis primas, a todas las mujeres de mi linaje. Sus ovarios poliquísticos, sus endometriosis, los cólicos menstruales que hemos padecido. Los hijos paridos con dolor, los hijos paridos sin dolor, los abortos o “embarazos malogrados”, como les he oído decir. La menorragia, los úteros extraídos, la preeclamcia, los niños que llegaron y las madres que se fueron.
El amor, el miedo, el dolor. Y otra vez el amor. Y otra vez el miedo. Y otra vez el dolor. Y algunas veces también el pudor, la timidez, el no saber. Y la sangre, la mucha sangre con la que mes tras mes, cada una de nosotras, ha vuelto fecunda esta tierra. Nos recordé a todas y a todas nos bendije, a todas nos desee bien, luz y evolución.
Recordé también que mamá me contó que aunque empezó a menstruar desde los trece años, no le contó a nadie, pues si bien en su casa eran seis mujeres, nunca se hablaba de “esos temas”. Que a los quince años empezó a recoger los pesos que le daban para comprarse su primer paquete de toallas higiénicas. Y que cuando fue a la tienda a comprarlas, al ver tanta gente, mejor se hizo la loca, pues en el pueblo todos se conocían. Leer Más