Ya dejé de llorar.
Lloré, pero ya dejé de llorar.
Tengo estos oídos que saben escuchar.
Si me hablan escucho con paciencia y devoción y si hablo me escuchan igual.
Tengo estas manos que son trabajadoras y estos brazos que saben abrazar.
Tengo esta boca que narra vidas, que entrega palabras dulces, que grita si hace falta. Estos labios míos que besan con tanto gozo y lealtad.
También sé orar, me enseñó mi mamá.
Soy campesina, soy pueblerina y soy citadina. De muchos campos, de muchos pueblos y de varias ciudades.
Soy suavidad y soy firmeza.
Tengo experiencia en solución de conflictos, pues llevo treinta años en lucha y diálogo conmigo misma.
Tengo una mente justa y un corazón compasivo.
No soy tan rápida como otros, pero sé caminar y caminando he llegado a muchos lugares. Al Magdalena, al Atrato, a la casa de María, a la de Eloísa, a la de Nepomuceno, a la de Espedito. A sus dolores y miedos, a sus sueños y esperanzas de paz.
Sé amar y no poquito, sé amar del todo.
Me ofrezco así, entera. Con mi luz y mi sombra, porque ¡qué sombra!
Soy materia prima para la paz.
Y aquí estoy con mi certeza de no ser la única.
Ya dejé de llorar.
Ya dejé de preguntarme ¿por qué?
Ya empecé a preguntarme ¿para qué?
Para reconocer la profundidad de la herida.
Para comprender la necesidad de sanarnos, reconciliarnos y abrazarnos.
Para como ciudadanos asumir responsabilidades.
Para despertarnos del todo y “accionar” la paz.
Me declaro activa.
Me declaro en acción.
Me hago responsable de mi paz y de la paz.
Un abrazo en amor, fortaleza y gratitud para todos.
Gracias por todo lo que estamos aprendiendo.
Textos: Todaslasquehesido.com
Ilustración: Amy Hamilton.